Sin preludio ni despedida
Se aquieta la luz de esta lámpara
en esta noche ahogada de desesperanza.
¡Qué más da si te llegué a amar!
Si no te sirve que caiga la tarde
como una cortina humo que volatiza
en tristes sombras los días vividos.
Ahora son llagas que me desangran el corazón.
Me despertaste naciendo la primavera,
podaste mis arterias en yema viva,
cuando la inquieta sabía se ensancha como un río
abriendo de par en par los diques del amor
para ir a parar a un mar salado,
donde todo lo que llega perece naufragado.
Parece, aún, tardío ese día añorado,
perentorio y nonato en este valle dormido.
Se aciaga la esperanza al carecer de brújula
que le marque un norte de fornida voluntad,
decidida y subyugante del sordo silencio,
de una ausencia sin preludio ni despedida.
Un gélido rostro, destila, como desafío,
la mirada triste, de lágrimas secas, en amargura.
La indiferencia vendrá, escalando cimas,
derrotando esfinges caprichosas de despecho.
Y este pecho que estalla al oír tu nombre
recitará al abismo el recuerdo de un sueño,
que yace sin pasado, sin presente y sin futuro.
2 comentarios:
No es cierto, Antonia, que ese sueño no tenga ninguno de los tiempos verbales, pues en tu verbalidad se descubre el presente, ese que se amamantó en lecturas pretéritas y se proyecta hacia el futuro con inconfundible luz lírica.
Besos.
Esta aprendiz de poeta te da las gracias Francisco, es todo un honor el aprecio de tu lectura sobre mi humilde sentir...
Besos
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