Llegas, con la urgencia sonora
de un despertador que pronuncia:
“es el momento”;
luego te remansas
y te concentras como idea sin desarrollo
con la necesidad inoculada;
te remansas, te aquietas,
te adormeces en sopor evolutivo
y comienzas a barajar palabras
como el cantero que selecciona
imprecisiones
con las que levantar un muro seco:
la voltea, la encara, la asienta...
Es como si se hubiera paralizado la vida
en pos de un sonido preciso,
la nota que entona el cántico
que lleva a la melodía;
cada palabra un eco, una talla
que ofrezca el perfil
y el lustre apetecido en el engranaje
de todo el sistema vocálico.
No, no todo vale;
hablar por hablar reclama el silencio
y cada morfema es la tesela
de un puzzle complejo donde
continente y contenido tengan vida en sí.
Llegas abrasadora, palabra poética,
pero te haces reflexiva
cuando te desnudas de despojos
y en el juego fónico
ocupa cada tilde el lugar oportuno.
Naces de una urgencia,
como llamarada abrasadora y chispeante,
pero mascullando perfiles
separas lo estéril de lo suculento
y te acompasas
a las emociones y sus dictados.
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