Fue el sentimiento más fuerte de tu ausencia
cuando entré en la casa – nuestra casa –
y vi en frente del pasillo tu habitación vacía.
La vida faltaba como el verde a las plantas,
el aire helado salía del cuarto como viento polar.
Es la ausencia que no se ve la que pesa tanto,
torturante mochila que cargo a mis espaldas
desde el día que marchaste con tus ojos cerrados.
La frialdad es mi enemiga, en la noche, lo que más temo.
No hay manta ni sábana que cubra mi cuerpo
e impida que me llegue el sabor a hielo de tu partida.
La casa – nuestra casa – es un gran campo inmenso
si hierbas ni árboles ni gentes; que no es campo,
es un páramo llenos de cosas vacías que no existen.
Yo, huyo de la casa – nuestra casa – porque no estando
te veo en que cada rincón de las paredes blancas,
sin cuadros, con huellas de reloj que no marcan las horas.
Es el tiempo aterrador el que pasa aumentando la distancia.
Quien lucha por borrarme el olor de los recuerdos,
que en contra de lo que todo el mundo dice y cree,
no cura nada, no aplaca nada, no suaviza nada.
Porque es dolor lo que siento permanente, cronicidad
de una ausencia forzada que me robó lo que más quería.
Es sentimiento negro de pena, lo que recorre mis venas
que con la falta de tus pulsos tristemente laten
cada vez que vuelvo a ver al final de la casa – nuestra casa –
ese pasillo largo y al fondo, siempre, tu habitación vacía.
1 comentario:
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